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Ahora hace un mes, los ciudadanos de Irlanda rechazaron el Tratado de Lisboa, que pretende alcanzar un avance primordial para la Unión Europea, la democratización y dinamización de su funcionamiento. Se han abocado ríos de tinta interpretando este fracaso, sin avistar una causa nada particular de los irlandeses: el desconocimiento. ¿Entonces, a quién hay que señalar con el dedo?

Primero, nosotros, los ciudadanos, demasiado acostumbrados a decidir sin estar lo bastante informados – Usted, amable lector, ha leído el Tratado de Lisboa? De hecho, ha leído el Estatuto? Cabe decir que las instituciones de la Unión, únicas en el mundo, son complejas. Esta dificultad no es ninguna excusa, pero, para conformarnos con la caricatura de una «Bruselas» entre Can Taps i Solidarity Service, concluyendo que nosotros no somos de esa gente.

En segundo lugar, los Estados miembros de la Unión. Ningún gobierno del Estado nos ha hablado de los ingentes fondos estructurales europeos, más que nadie, recibos por España. Los irlandeses no son ninguna excepción: piensan que son el Tigre Celta sólo por méritos propios. Hablar de la Unión no sirve para qué políticos locales o nacionales hagan discursos flamíferos, de acuerdo. Los gobiernos, sin embargo, tan sólo se apropian las ideas de la Unión (como Francia de la propuesta de reducción de emisiones –véase este periódico del día 4 de julio–), reparten el dinero europeo y hacen de «Bruselas» el chivo expiatorio. Así, no es nada extraño que se aproveche una consulta europea para presionar el gobierno nacional.

Finalmente, la misma Comisión Europea, motor de la Unión. En vez de oponer su excelencia administrativa a las semestrales riñas de los 27 jefes de estado y gobierno, invierte esfuerzos para crear una imagen de estadista de su presidente. Así, un señor gordito que nadie ha votado advirtió los irlandeses, con grandes aires y un falso acento oxoniano, que había que votar «sí» para no molestar. Una estrategia «informativa» bien lograda …

¿La solución? Menos vanidad, más información y más ambición: no rehuyamos a todo precio las consultas populares, confirmando miedos de oscuras tramas burocráticas, sino que sometamos proyectos tan primordiales al voto de los ciudadanos de los Veintisiete, de todos al mismo tiempo. Eso permitiría reunir esfuerzos informativos y dejaría bien claro que se trata de un proyecto común de gran vuelo y no de defender una trinchera nacional que deja pasar el dinero, pero nos protege de la longa manus de Bruselas.

Stefan Rating es miembro de Horitzó Europa

Artículo publicado en El Punt, el 24 de julio de 2008, en la página 15 (en catalán)