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Ahora hace un mes, los ciudadanos de Irlanda rechazaron el Tratado de Lisboa, que pretende alcanzar un avance primordial para la Unión Europea, la democratización y dinamización de su funcionamiento. Se han abocado ríos de tinta interpretando este fracaso, sin avistar una causa nada particular de los irlandeses: el desconocimiento. ¿Entonces, a quién hay que señalar con el dedo?