Los catalanes siempre hemos tenido una clara vocación europeísta. Como decía el presidente Pujol, Cataluña nace del Imperio Carolingio y, por lo tanto, forma parte del corazón de Europa. A pesar de ser un pueblo europeo milenario, los catalanes no podemos participar en una de las aventuras políticas más apasionantes de la humanidad: la construcción de una Europa unida en la diversidad, que garantice la paz, la democracia y el progreso en un continente que ha escrito algunas de las páginas más oscuras de la civilización (originando dos guerras mundiales o la colonización de medio mundo).
La UE y América del Sur tienen que dejar de darse la espalda porque los dos bloques se necesitan
En un mundo globalizado como el actual, donde la fuerza de China parece condicionarlo todo, las restantes potencias deben elegir entre esforzarse para entenderse con el dragón asiático o construir una alianza con otros bloques continentales. La primera opción presenta resultados inciertos y comporta jugarse el futuro a una sola carta. La segunda opción, en cambio, ofrece más alternativas y refuerza un modelo de relaciones internacionales más equilibrado.
En un mundo globalizado e interdependiente como el actual, es esencial que el Gobierno de Cataluña mantenga unas relaciones fluidas con otros gobiernos, organizaciones y entidades que se sitúan más allá de nuestras fronteras, ya que, si no, nos arriesgamos a perder un gran número de oportunidades como país. Hoy en día, los actores se interrelacionan a nivel internacional hasta superar jerarquías y difuminar los límites de la diplomacia gubernamental. El Gobierno de Cataluña tiene que estar presente en este escenario con el objetivo de defender los intereses del país allí donde estén en juego y participar en la gobernanza internacional con el fin de contribuir a construir una Europa unida y un mundo más justo, pacífico y sostenible.
La Unión Europea está sufriendo la crisis económica como ninguna otra región del planeta. Mientras las principales potencias empiezan a brotar (Estados Unidos, 3%; Japón, 5%) y las emergentes ya se han elevado (India, 8,6%; China, 11,9%), la UE a duras penas tiene un crecimiento positivo (0,2%), con el Estado español ofreciendo las primeras cifras positivas desde hace meses (0,08%) y Francia y Alemania estancándose en datos similares (0,1% y 0,2% respectivamente)¹. Lo peor del caso es que las expectativas no son mucho mejores, ya que se espera un crecimiento del 1% para 2010 y del 1,75% en 2011.
Durante los años 80 y 90, el catalanismo político (tanto de derechas como de izquierdas) vio en el proceso de construcción europea una vía para debilitar a los viejos estados nación y superar las fronteras. Este paso tenía que permitir a las históricas naciones del Estado recuperar cuotas de autogobierno y restablecer los lazos con sus territorios históricos.
En un artículo reciente, el profesor de derecho de la UPF Héctor López Bofill apostaba para que el anti europeísmo deje de ser tabú y especulaba con una hipotética Cataluña independiente fuera de la UE.
HOY, SER ANTIEUROPEÍSTA NO ES NINGÚN TABÚ ni en Europa, ni en Cataluña. Más allá de los extremos de Haider, Le Pen o Bové, existen opciones políticas de signo diverso que rechazan el proceso de integración europea. Unos porque representa una amenaza para la soberanía y la identidad nacional. Otros porque consideran la UE como un simple invento neoliberal que tan sólo defiende los intereses de los más fuertes. A nivel europeo, pues, el euroescepticismo es tan viejo como conocido. Personajes como los hermanos Kaczynski, Václav Klaus, Laurent Fabius o Margaret Thatcher son o han sido ilustres defensores. Ser euroescéptico no es ningún tabú. De hecho, es a menudo la opción más fácil y la que recoge más votos en el mar de la desinformación, el miedo y el desconcierto. Lo que sí que es una novedad es que, desde el catalanismo, se hagan este tipo de planteamientos.