Un mapa que no hace el hecho

Durante los años 80 y 90, el catalanismo político (tanto de derechas como de izquierdas) vio en el proceso de construcción europea una vía para debilitar a los viejos estados nación y superar las fronteras. Este paso tenía que permitir a las históricas naciones del Estado recuperar cuotas de autogobierno y restablecer los lazos con sus territorios históricos.

El ingreso al entonces CEE por parte del Reino Unido, Irlanda, Grecia, España y Portugal durante los años 70 y 80 comportó el despliegue de una ambiciosa política comunitaria de solidaridad que, después de tres décadas, ha permitido el desarrollo económico de estos estados, especialmente del español y el irlandés. El nacimiento de una política regional europea requería poder contar con datos objetivos y comparables sobre el nivel económico de los diversos territorios que formaban la CEE. Por esta razón, al principio de los años 70, Eurostat, la agencia estadística europea, estableció la “nomenclatura de las Unidades Territoriales Estadísticas” (NUTS en su acrónimo inglés) como un sistema único y coherente de división territorial de la Unión Europea para producir estadísticas regionales. Durante 30 años, la implementación y actualización de la clasificación de los NUTS se basaba en “acuerdos de caballeros” entre los Estados miembros y Eurostat, a menudo alcanzados después de largas negociaciones. El año 2003, el Reglamento 1059/2003 oficializó la clasificación, que se ha tenido que actualizar con cada nueva ampliación de la UE (2004 y 2007).

Los NUTS subdividen cada Estado Miembro en una serie de regiones nombradas NUTS1, que a la vez son subdivididas en NUTS2 y, éstas, en NUTS3. El mapa adjunto, que establece una unidad común para Cataluña, las Islas Baleares y la Comunidad Valenciana, define la división en NUTS1 del Estado español. Hay que decir, sin embargo, que Eurostat normalmente utiliza la división en NUTS2 (comunidades autónomas) y NUTS3 (provincias) a la hora de ofrecer estadísticas.

Sin embargo, llama la atención que la división comunitaria en NUTS1 respete una integridad territorial que a menudo el Estado rechaza. Podemos encontrar una explicación en el mencionado Reglamento del 2003, según el cual “si para un nivel dado de NUTS no existen unidades administrativas coincidentes (…), este nivel de NUTS se constituirá por agregación de un número apropiado de unidades administrativas más pequeñas y contiguas ya existentes. Esta agregación tendrá que tener en consideración criterios relevantes como las circunstancias geográficas, socio-económicas, históricas, culturales o medioambientales”. He aquí, pues, una evidencia más de la existencia de una realidad que muchos han intentado negar y trocear.

Me guardaría mucho de concluir, sin embargo, que este reconocimiento implícito por parte de la UE de la existencia de una cierta afinidad entre la mayor parte de los territorios históricos de los Países Catalanes va más allá de una mera necesidad estadística.

Ni la beneficiosa política regional comunitaria ni el apoyo explícito de la UE a la cooperación interregional y transfronteriza, que no hayan permitido la Euro-Región Pirineos Mediterráneo, ni la creación del Comité de las Regiones (escenario continental de una batalla política entre los presidentes Pujol i Maragall para liderar el regionalismo europeo) no darán respuesta a las expectativas que el catalanismo depositó en la Unión Europea. La integridad de la realidad territorial catalana y su autogobierno difícilmente serán afirmados por la UE, aunque ésta asegure unos mínimos democráticos y de estabilidad económica nada despreciables.

Hoy por hoy, la UE es una unión de Estados. Ellos son los protagonistas de la construcción europea. El reciente nacimiento de una quincena de Estados en la Europa central y oriental y su progresiva adhesión a la UE refuerzan una Europa de los Estados donde los grandes estados regionalizados están en clara minoría. Sería una quimera pensar que esta Europa de los 27 se convertirá en una Europa de los 270 sólo por el hecho de que naciones históricas como la catalana, la vasca o la escocesa no se sientan bien representadas por parte de sus respectivos Estados. Y aunque así fuera, dudo de que esta Europa de las Regiones respondiera a las inquietudes nacionales de Cataluña.

En el caso que nos ocupa, seguramente lo que haría falta es valorar el mapa en la justa medida de su relevancia técnica y política. Sin más disracciones.

Albert Royo i Mariné es vicepresidente de Horitzó Europa

Artículo publicado en el Suplemento especial del Avui del 11 de septiembre de 2009 (en catalán)