Cataluña, país de Europa
Los catalanes siempre hemos tenido una clara vocación europeísta. Como decía el presidente Pujol, Cataluña nace del Imperio Carolingio y, por lo tanto, forma parte del corazón de Europa. A pesar de ser un pueblo europeo milenario, los catalanes no podemos participar en una de las aventuras políticas más apasionantes de la humanidad: la construcción de una Europa unida en la diversidad, que garantice la paz, la democracia y el progreso en un continente que ha escrito algunas de las páginas más oscuras de la civilización (originando dos guerras mundiales o la colonización de medio mundo).
La falta de un Estado propio impide que Cataluña pueda participar en la toma de decisiones comunitarias, contribuyendo a la construcción europea y defendiendo sus legítimos intereses. Los Estados son el verdadero motor de la construcción europea y los que establecen las reglas básicas de juego, es decir, los que redactan y reforman los tratados comunitarios. Los Estados se aseguran su presencia en los mecanismos de decisión comunitarios a través del Consejo de la Unión (que reúne a los ministros estatales) y del Consejo Europeo (que agrupa a los jefes de estado y de gobierno). También se aseguran la elección de un miembro de la Comisión Europea, así como de uno de los 27 jueces del Tribunal de Justicia de la Unión o del Tribunal de Cuentas. El resto de realidades territoriales (regiones o entes locales) no tienen ninguna participación directa en la toma de decisiones comunitaria. Tan sólo les queda la vía del Comité de las Regiones, que es un órgano meramente consultivo y con una capacidad de influencia mínima.
Como región europea, Cataluña, pues, lo tiene complicado para implicarse en primera persona en la construcción de una Europa unida.
Y, paralelamente, la historia reciente parece dibujar el camino a seguir. Desde la caída del muro de Berlín, en 1989, Europa ha visto cómo nacían 19 Estados nuevos en su seno. Seis de éstos (la República Checa, Eslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania y Eslovenia) ya son miembros de la Unión Europea (y, el año que viene, con Croacia, serán siete) y tres de éstos ya están dentro del euro (Estonia, Eslovaquia y Eslovenia). Parece, pues, que el hecho de ser un Estado joven no es ningún impedimento por ser rápidamente homologado y aceptado en el club comunitario.
Cataluña, con una larga tradición europeísta y de defensa de los valores democráticos y con un firme compromiso con la paz y los derechos humanos, no tiene que tener ningún problema para, si así lo decide el pueblo de forma pacífica y mayoritaria, convertirse en un Estado y seguir formando parte de la Unión Europea. A partir de ahora, sin embargo, con las mismas responsabilidades y derechos que el resto de naciones civilizadas de la vieja Europa.
Albert Royo Mariné es vicepresidente de Horitzó Europa
Artículo publicado al Boletín núm. 28 de Sobirania i Justícia