La Europa que queremos

« L’Europe ne se fera pas d’un coup, ni dans une construction d’ensemble : elle se fera par des réalisations concrètes créant d’abord une solidarité de fait ». Esta frase, pronunciada el 9 de mayo de 1950 por el entonces ministro de Exteriores francés, Robert Schuman, sitúa por primera vez la idea de federación europea como horizonte común para los pueblos de Europa.

En 1985, el Consejo Europeo, reunido en Milán, decidió rendir homenaje a esta declaración haciendo del 9 de mayo, el Día de Europa. Con las notas de la Novena Sinfonía de Beethoven de fondo, este día invita cada año a los ciudadanos europeos a la reflexión. ¿Dónde está Europa? ¿Qué significa? ¿De quién es?

A un año de las próximas elecciones europeas y casi 60 años después de la declaración Schumann, el balance puede parecer triste. En las últimas elecciones, Europa sufrió un golpe duro: menos de uno de cada dos ciudadanos hizo el esfuerzo de votar. Y es que, mientras la «comunidad» de los orígenes nos hablaba en el corazón, la actual «unión» nos deja fríos. Como si la manera cómo los gobiernos sucesivos y la Comisión Europea han levantado la casa comunitaria hubiera provocado en los ciudadanos una especie de frustración latente.

Los dirigentes dicen estar preocupados por la escasa participación en las elecciones europeas, sin embargo, ante la dificultad en sensibilizar a los ciudadanos de la importancia y la incidencia de la Unión Europea en su vida cotidiana, limitan la explicación a un problema de comunicación. ¿No vendría siendo hora ya de escuchar las legítimas preguntas que se hacen los europeos?

Los políticos de toda tendencia que en diez años han ampliado Europa de 12 a 15 estados, y a 25, y ahora en 27, no han explicado ni justificado lo suficiente sus decisiones. No se han esforzado en explicar las ventajas, los inconvenientes o las dificultades de estas reformas. Y la deriva continúa. Los métodos utilizados para adoptar el Tratado de Lisboa, sucesor de la abortada Constitución rechazada por dos países y posteriormente abandonada, lo demuestran sobradamente. Siguiendo el ejemplo del presidente francés, la mayoría de los estados europeos han decidido no someter el texto a referéndum popular y han ido directamente, ratificándolo directamente por medio de los parlamentos estatales, agrediendo de nuevo la democracia y negando a los europeos el derecho de implicarse en las decisiones que comprometen su destino.

Ante la desafección del pueblo ingrato, nuestros dirigentes deciden imponer sus visiones por la fuerza. Contrariamente a la generación precedente, marcada por la guerra y que razonaba a largo plazo, los decisores políticos de hoy tienen la vista corta y su horizonte es estrictamente local. No intentan construir una Europa amable y comprensible. Europa pretende rivalizar con el resto del planeta, intentando devenir «el área económica la más competitiva del mundo», pero no se ha tomado la molestia de no dotarse de unas estructuras apropiadas ni de un presupuesto consecuente.

Desde los años 90, Europa vive por encima de sus posibilidades, abriéndose a nuevos miembros sin reformar unas instituciones diseñadas, en el inicio del proceso, sólo para 6 países. Exportar la democracia supone en primer lugar respetarla. No se trata tanto de acercar Europa a los ciudadanos como de devolverla a los ciudadanos. La actual Europa, gris y marcada por las visiones nacionales y «chauvinistas» se muere.

La Unión política, sin embargo, todavía es posible. Es un objetivo alcanzable si se implica a los europeos en las decisiones fundamentales que marcan su futuro y si se cuenta con unos políticos nacionales que acepten rendir cuentas y que estén dispuestos a defenderla y protegerla, extendiendo el debate público más allá de los intereses nacionales. Los ciudadanos reclamamos volver a ser actores de la construcción de nuestro futuro. ¿No es en absoluto Europa nuestro horizonte común?

Florence Jacquey es la presidenta de Horitzó Europa

Artículo publicado en el Avui, el 9 de mayo de 2008, en la página 21 (en catalán)