En la entrada del Liceo Classico de la ciudad de Arezzo (Italia), hay una placa de homenaje a un «Caduto in Spagna», medalla de oro. Vittorino Ceccherelli era miembro de la Aviación Legionaria, un cuerpo de expedición formado por unos 700 aparatos, enviado por Mussolini como apoyo al golpe de estado contra la República.

Muchos ciudadanos desconocen que parte de los anuncios que se permiten difundir en los medios de comunicación catalanes y españoles estarían prohibidos en algunos países de Europa por engañosos. Campañas que aquí se realizan sin ningún tipo de impedimento, como patrocinar los espacios meteorológicos por parte de compañías petroquímicas o utilizar conceptos ecológicos para vender coches que emiten CO2, en otros países no se podrían hacer.

Durante los años 80 y 90, el catalanismo político (tanto de derechas como de izquierdas) vio en el proceso de construcción europea una vía para debilitar a los viejos estados nación y superar las fronteras. Este paso tenía que permitir a las históricas naciones del Estado recuperar cuotas de autogobierno y restablecer los lazos con sus territorios históricos.

El 2 de marzo pasado tuvo lugar la mesa redonda La lucha contra el cambio climático: ¿un problema o una oportunidad en tiempo de crisis?, organizada por Horitzó Europa y el Colegio de Ambientólogos de Cataluña. El acto contó con la participación de Tomàs Molina, presidente de la Climate Broadcasters Network Europe, y Ferran Tarradellas, portavoz de Energía de la Comisión Europa. El primero habló del calentamiento global y declaró que no existe una “energía limpia ya que todas tienen consecuencias sobre el entorno. El segundo añadió que la única energía limpia es la que no se utiliza, es decir, el ahorro energético, e informó de las iniciativas que la Comisión Europa propone. Los dos concluyeron que aplazar la reacción hará más difícil y cara cualquier intervención.

«Qu’est-ce que la Méditerranée», se pedía Fernand Braudel. Y él mismo respondía: «Non pas une mer, mais une succession de mers. Non pas une civilisation, mais une succession de civilisations entassées les unes sur les autres
El compromiso de Marsella que sitúa la sede del Secretariado de la Unión por el Mediterráneo (UpM) en Barcelona, marca el inicio de una nueva etapa en las largas pero delicadas relaciones euro mediterráneas. El reto es enorme: establecer un diálogo igualitario entre los países del perímetro mediterráneo que permita el reparto de la modernidad y el desarrollo.

En un artículo reciente, el profesor de derecho de la UPF Héctor López Bofill apostaba para que el anti europeísmo deje de ser tabú y especulaba con una hipotética Cataluña independiente fuera de la UE.

HOY, SER ANTIEUROPEÍSTA NO ES NINGÚN TABÚ ni en Europa, ni en Cataluña. Más allá de los extremos de Haider, Le Pen o Bové, existen opciones políticas de signo diverso que rechazan el proceso de integración europea. Unos porque representa una amenaza para la soberanía y la identidad nacional. Otros porque consideran la UE como un simple invento neoliberal que tan sólo defiende los intereses de los más fuertes. A nivel europeo, pues, el euroescepticismo es tan viejo como conocido. Personajes como los hermanos Kaczynski, Václav Klaus, Laurent Fabius o Margaret Thatcher son o han sido ilustres defensores. Ser euroescéptico no es ningún tabú. De hecho, es a menudo la opción más fácil y la que recoge más votos en el mar de la desinformación, el miedo y el desconcierto. Lo que sí que es una novedad es que, desde el catalanismo, se hagan este tipo de planteamientos.

Ahora hace un mes, los ciudadanos de Irlanda rechazaron el Tratado de Lisboa, que pretende alcanzar un avance primordial para la Unión Europea, la democratización y dinamización de su funcionamiento. Se han abocado ríos de tinta interpretando este fracaso, sin avistar una causa nada particular de los irlandeses: el desconocimiento. ¿Entonces, a quién hay que señalar con el dedo?

« L’Europe ne se fera pas d’un coup, ni dans une construction d’ensemble : elle se fera par des réalisations concrètes créant d’abord une solidarité de fait ». Esta frase, pronunciada el 9 de mayo de 1950 por el entonces ministro de Exteriores francés, Robert Schuman, sitúa por primera vez la idea de federación europea como horizonte común para los pueblos de Europa.

Cuando el Parlamento de Prístina aprobó unánimemente la independencia de Kosovo, el 17 de febrero, la Cámara decidió acto seguido sus símbolos nacionales: bandera, escudo e himno. La antigua provincia serbia de mayoría albanesa se identifica con una bandera de inspiración muy europea, con fondo azul oscuro con el mapa del 50º Estado independiente europeo en color amarillo y seis luceros blancos alrededor. El escudo nacional repite las características de la bandera y el himno, a falta de uno propio, es provisionalmente el himno de Europa.